Por el filo del abismo caminan Jefté
y María. La única sensata es Magdalena que vive cómodamente en su mundo de
reglas y bajo la protección de Dios. De los horrores que padecen los otros
prefiere ignorarlos o rezarles un rosario para que estas turbaciones ni la
inmuten ni la desvelen. Como una Santa se aparta con horror del voluptuoso:
ignora la unidad de pasiones inconfesables de éste, pero trata de
cerrar los ojos antes de admitir que en ella palpitan las mismas pasiones. Está
segura que en ella no hay pulsiones de violencia.
Cuando Magdalena llega por invitación
expresa a esa casa, ignora que esta visita transformará su vida
sumergiéndola en ese erotismo que tiene como fin alcanzar al otro hasta
fundirse con él en una disolución de seres; un morir en la entrega. En la
imposibilidad de volver a ser ella misma, pues se ha integrado a un universo en
donde reina la muerte ligada a la excitación sexual, se vuelca en un ritual rojo
de oblaciones que no tendrá vuelta atrás.
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