¿Qué nos revelan las criptas de una mujer que dedica
su vida a buscar el placer místico que Su Dios promete, que santa Teresa
plasma en poemas, que San Juan de la Cruz en amor declara?
¿Qué encuentra Magdalena en la visita a María, su
hermana?
¿La exoneración a través del reconocimiento de una
recóndita culpa?
¿La promesa de
salvación al dedicar su vida a la
obediencia, a la humillación, al rezo, a la contemplación?
¿Qué encuentra Magdalena en la visita a María, su
hermana?
¿El camino de la virtud que le dará el impulso “para
volar por los aires, para desplazarse a velocidades siderales, para recorrer vastedades infinitas durante tiempos
impensables”?
¿Es así como se liberará de las cadenas que la retienen
enclaustrada?
¿Qué encuentra Magdalena en la visita a María, su
hermana?
¿Un paraíso voluptuoso de sangre y muerte, de erotismo y
pasión, que le revelarán su verdadero ser?
Ésa existencia que permanecía agazapado, acechante, dispuesta
a saltar sobre la presa pecadora para transmutarse en la entrega.
¿Renacimiento?
¿Encarnación?
¿Disolución de esa imagen falsa plasmada en máscara
santa?
¿Revelación de sus entresijos sensuales?
¿Exhumación de esa
vorágine pasional que la mantenía sepultada en vida?
¿De ese perverso placer que palpitaba en la hondura?
La comunión con la hostia antes teñida de negrura, ahora
lavada por el vino consagrado por esa renovada Magdalena
investida en sacerdotisa, ¿la elevará a los altares del cielo o le abrirá las
puertas del averno?
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